Ana cogía de las caderas a Tania y le marcaba el ritmo del roce sobre mi cara completamente chorreando y la presión sobre la misma.
Aquel cúmulo de sensaciones solo hacían ponerme cada vez más cachondo sin saber cuánto tiempo iba a poder aguantar aquello sin correrme, pero no fui el primero:
—¡Me voy a correr… ahí lo tienes! ¡Aquí viene! ¡Abre la boca!
—Córrete en su cara, Tania. Llénasela…